Me encanta ir al super, solo. Tranqui, pero sin demorarme demasiado, elijo un vinito tinto no muy caro, un salamincito, un pedazo de queso cáscara colorada y listo, no jodo más. Si hay alguna promotora ofreciendo bocaditos me voy acercando como si no la hubiera visto. Hasta que me detecta y, sonriendo francamente, me ofrece la bandeja con un manjar. Me hago el sorprendido, agradezco, me sirvo y mientras saboreo, le sonrío (con la boca cerrada, obvio). Después me voy para abonar, me hago el boludo con las cajeras, un chistecito, risitas, pago y a otra cosa, aftosa.
En cambio, si voy con la Mabel, no. Ya es otra cosa. No hay disfrute, es laburo. Ella lo toma como una salida, se empilcha más o menos bien, se pinta, en fin, se produce. Yo voy con lo puesto, lo que provoca su desagrado.
Vez pasada estaba en el patio mirando atentamente como se apareaban dos escarabajos, cuando escuché a la Mabel solicitar mi presencia para ir de compras. Rápido de reflejos, encaré para la pieza del Eze, que está en la planta alta. Subí de a tres escalones la escalera de metal, entré a la habitación, salí por la ventana que da a la terraza, pasé del otro lado de la baranda y ayudándome con las ramas de un árbol, bajé hasta la calle, en el pasaje al lado de la casa. Encaré para la esquina y, asomándome apenas, espié hacia la entrada del ciber. No había nadie. Entonces giré para ir a refugiarme al Clú.
Y ahí estaba la Mabel, mirándome con una sonrisa canchera. La turra me cagó, hizo barullo en la cocina y, mientras yo intentaba escapar, ella ya había salido y me esperaba en la otra esquina.
- Tomá gilún, ahí tenés la calculadora, vamos.
Y me agarró del brazo, matándose de risa.
El super estaba lleno hasta el culo, siendo principios de mes había ido todo el barrio después de cobrar. Suspiré resignado pensando en lo largas que serían las colas en las cajas. Antes de entrar, la Mabel se saludó con quince vecinas, mínimo, retardando mi suplicio.
- Amor, fijate si podés conseguir un carrito, que tengo que preguntarle algo a la Norma, ¿si?
Primera orden del día. Como si fuera fácil conseguir uno con tanta gente con el mismo objetivo. Así que (zorro viejo) me paré a ver el panorama y esperar una presa. Un grandote salió con el changuito repleto y se dirigió al estacionamiento. Este era mi hombre, debía seguirlo y esperar que descargara en el baúl de su auto y ahí nomás tendría mi premio. Lo seguí displicentemente como si lo fuera a chorear. Me quedé observando a unos cinco metros hasta que terminó y, obviamente, dejó el carro abandonado.
Fue ahí donde me percaté de la presencia de un pibe, de unos 12 años que observaba la escena, y lo supe. Este pendejo había sido enviado por su madre para el mismo fin que el mío. No podía dejar que me arrebatara mi presa, yo lo había visto primero. El chico estaba más lejos que yo, pero seguro era más rápido. Lo miré entrecerrando los ojos, me miró, observó el carrito como calculando la distancia, sonrío y empezó a correr.
Yo habia hecho un cálculo mental: el carrito estaba a 5 metros de mí, pero a 8 del pibe. Si yo hacía un metro, él haría dos. Cuando estuviéramos a la misma distancia del objetivo, nos separarían 3 metros uno del otro. Tenía que cambiar la estrategia.
Cuando el pendejo arrancó, en lugar de enfilar hacia el carro fui al encuentro del menor, gritando como un tarado. El pibe, sorprendido por mi actitud, se frenó y quiso esquivarme, yendo a dar contra el costado de un Renault. Aproveché su desconcierto y desequilibrio y, girando, llegué antes a hacerme del botín. Resoplando, antes de volver con Mabel, me di vuelta y saludé con la mano a mi ocasional adversario, quien, en un gesto que lo enalteció, levantó su pulgar derecho, me guiñó un ojo y desapareció en busca de otro medio de transporte.
Cuando llegué a la puerta del super, la Mabel me esperaba con las manos a los costados:
- Tanto tenés que tardar para conseguir un carrito?
No respondí y encaré hacia mi calvario.
Cuando voy a comprar más de cuatro cosas las anoto, porque si no lo hago seguro me olvido algo. La Mabel no. Ella dice que lo tiene todo en la cabeza. Entonces, cuando estamos en las góndolas, va viendo, comparando, eligiendo, mientras yo me quedo papando moscas y dando señales de vida solo cuando me tira una cifra y la tengo que cargar en la calculadora.
Así que ese día no fue diferente, por lo que me dediqué al milenario deporte de observar culos femeninos sin que se percaten de que lo hago. Es todo un arte y casi todos los hombres casados lo practican. Aunque hay infinidad de variantes, mi preferida es: primero detectar a la agraciada físicamente, luego tomo un producto y me pongo a leer sus componentes (hay que tener cuidado de no tomarlo al revés). De esa forma aprecio las curvas generosas impunemente y cuando noto que alguien se puede apiolar, desvío la mirada hacia el producto y alejo las sospechas.
Estaba en eso cuando apareció un femenino (como dicen los canas) con todo en su lugar. Entonces, como se debe obrar en estos casos, busqué con la mirada apoyo logístico, esto es, tres hombres más para proceder a la evaluación correspondiente. Una vez ubicados los miembros del improvisado jurado (los cuales ya habían detectado oportunamente a la elegida), procedimos a la votación calificando de 1 a 5 con nuestros dedos sobre el carrito. Un merecido 4 (promediamos para arriba) obtuvo sin esforzarse demasiado.
La Mabel seguía decidiendo entre dos marcas pedorras de lavandina, por lo que vislumbré la oportunidad para escabullirme y seguir a la concursante en su derrotero. Le dije, sin que se oyera muy bien:
- Mabel, me voy a ver la ldjflhupf...
- ¿Qué cosa? –preguntó saliendo de su concentración.
Pero ya me habia evadido.
El minón se me perdió a los dos minutos entre el gentío, asi que enfilé para la sección de vinos, ya que la ferretería estaba en la otra punta.
Ahí estaban, ordenadas, pulcras, incitadoras. La parte más cuidada del super, la mejor acomodada, un oasis en el desierto de productos mediocres: la bodega.
Ah, que diseño en sus envases y etiquetas. Que de reflejos despedían sus superficies. En ese sector se acallaban las voces de la muchedumbre consumista. Hasta creí oir un trinar de pájaros (resultaron ser unos gorriones que habían hecho nido en lo alto del tinglado). Me dediqué a recorrer las estanterías con la mirada, tomándome mi tiempo, disfrutando las pausas.
Ahí estaban, alineados: un syrah; un torrontés; un chardonnay; una Mabel...
Di un salto hacia atrás de la sorpresa cuando vi a mi mujer apoyada en las estanterías.
- Me imaginé que estabas acá.
- Eh si, miraba unos vinitos.
- Podés venir a ayudarme con las compras? –dijo marcando las palabras.
- ¿Qué? ¿No podés sola con la calculadora? –dije irónicamente.
- ¿De qué te quejas? Solo tenés que mover los deditos. Aparte, ¿para qué venís acá a ver vinos que no vas a comprar?
- Bueno, es como ustedes las minas, que miran zapatos que en la puta vida se van a calzar.
Ahora fue la Mabel la que se sorprendió, abriendo desmesuradamente los ojos y poniéndose una mano en el pecho.
- ¡No podés comparar!
- ¡Qué no! Se pasan mirando zapatos de más de 200 pesos, inalcanzables. Por lo menos el vino es saludable para el corazón –dije, mientras apreciaba la botella de un tres cuartos tinto.
Un par de clientes se había arrimado y contemplaban expectante el duelo.
La Mabel contraatacó:
- ¿Me vas a decir que no es mejor apreciar un Dolce & Gabbana de salón, de cuero, hecho en Italia con tacón forrado?
- ¡Por favor! Nada se le compara a un cabernet sauvignon, bien estructurado y armonioso, joven y equilibrado.
La concurrencia aumentó y ya se oían comentarios al tono:
- ¡Qué vergüenza!
- ¡Los hombres son todos iguales! ¡No entienden nada!
- ¡Qué alguien llame a seguridad!
La Turca no bajó los brazos:
- Ni idea tenés de lo que significa para una mujer una sandalia de piel marrón oscura y negra con hebilla y tacón de goma de 6 cm.
- ¡Jaa! Ustedes no saben intuir, en un simpático merlot, los aromas y matices naturales.
- ¿Cómo podés encontrar placer en algo de tan corta duración?
- ¡El orgasmo también es efímero! -grité acalorado.
- ¡Qué poeta! –exclamó un afrancesado.
- ¡Qué degenerado! – opuso una septuagenaria.
- ¡Llamen a seguridad! -insistió otro.
Aproveché el desconcierto de mi jermu:
- Lo que pasa es que vos tenés una actitud conservadora y yo vivo el día a día. A vos te gusta guardar para tener y yo soy de tener para gastar.
La Mabel revoleó los ojos y, al sentirse acorralada, tomó aire y me discurseó:
- Mirá paspado, no me vengas con frases ni aforismos levantados de internet. Las cosas son claras. Mientras vos te “deleitás” y hacés tiempo mirando un producto que no solo es superfluo sino también que promociona un vicio, yo hago malabares con los magros ingresos que aportás y busco bajos precios para que la economía hogareña sea factible.
Un murmullo de aprobación se levantó del gentío. La Mabel se encrespó como candidato en campaña y me soltó:
- Igual tenés tu elección: o seguís con tu hábito consumista o te dignás a colaborar con mis labores. Nada más.
Y pegando media vuelta, se fue sintiéndose ganadora. Entonces dije lo único que me quedaba en el tintero:
- Tá bien, ya voy... Pero esta botella me la llevo.
Y manoteé al azar un vino de la estantería. Una señora mayor dejó escapar un “borracho”, pero apliqué el viejo recurso del “no escucho, no escucho” y me fui tras la figura de mi mujer.
Después de recorrernos cada rincón del edificio, sacando cuentas y eligiendo precios, llegó el turno de hacer la cola en las cajas. Tras una hora de espera, llegó el ansiado momento de trasponer la frontera hacia “mi” normalidad.
Mientras la Mabel descargaba, me fui del otro lado para empezar a llenar las bolsitas. Y como siempre me pasa, estuve peleando para abrirlas. No sé como hacen algunos para lograrlo con facilidad. Yo me gasto los dedos intentándolo, me los humedezco, trato con la uña, soplo los bordes, y nada. Es algo que está fuera de mi habilidad. En eso estaba, bajo miradas desaprobatorias y risitas al tono, cuando la Mabel me dijo:
- Dejá que yo guardo, vení a pagar, ¿si?
Fui murmurando una gran puteada a la madre del fabricante de las bolsitas y le extendí la tarjeta de crédito a la piba de la caja. Mientras ésta controlaba los datos, me puse a mirar la tira de la cuenta. Grande fue mi sorpresa al ver un importe de $ 50 en medio de la lista:
- Epa, me parece que se te fue el dedito, nena –amonesté a la cajera.
- ¿En qué, señor? –me preguntó displicentemente.
- Acá piba, pusiste no sé que producto a cincuenta mangos.
La chica me arrancó de las manos la tira, mientras los que seguían en la cola comenzaban a exasperarse.
- Está todo bien, señor. Ese importe corresponde a una botella de vino fino.
- ¡¡¡¿¿QUÉ??!!!
Fue tal el estrépito ocasionado que las alarmas de algunos autos comenzaron a sonar en forma enloquecedora.
De puro orgulloso no quise dejar el vino, La Mabel no me iba a ganar esta. Firme el comprobante y me fui con la mejor cara de orto que pude poner, mientras la turra me miraba socarronamente:
- ¿Qué te pasa, trastornada?
- No dije nada –dijo mirando para otro lado.
Mientras cargaba las cosas en la camioneta, se me dio por mirar la botella que había comprado, ya que cuando la tomé de la estantería ni me había fijado cual era.
Al ver mi rostro estupefacto, la Mabel se sorprendió:
- ¿Por qué esa cara, nene? –me interrogó.
Cerré los ojos, suspiré y le contesté:
- Porque acabo de gastar 50 mangos en un moscato. ¡Un moscato! ¡Odio los vinos dulces! ¡Vino de putos! ¡Y la recalcada y etílica con...!
La Mabel ya no pudo contenerse y no paró de reírse hasta muy entrada la noche. De cansancio.
Al otro día siguió con la gastada.
FIN
Capítulo completo
sábado, 14 de noviembre de 2009
DE COMPRAS
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martes, 3 de noviembre de 2009
UN DÍA AL PEDO
- Para mañana a primera hora te tengo lista la camioneta. Antes no, Ade.
Con estas palabras Beto, mi mecánico, sentenció el resto de mi martes. Y no había lugar para apelación. Un mecánico de ley no da pie a cambios horarios o regateos: el laburo está cuando te dice y cuesta lo que te manifiesta. Quien quiera modificar esos términos, rumbea al fracaso.
Hice caminando las tres cuadras que me separaban del ciber de la Mabel del lado del solcito, silbando distraídamente y consciente de mi desocupación temporaria.
La Turca estaba controlando un pedido para el kiosco de espaldas a mí, por lo que decidí tomarla por detrás de sorpresa y asustarla un poco. Me fui acercando lentamente y haciéndole seña de silencio al Eze que estaba en la primera pc. A cinco centímetros de su cintura, la guacha dijo:
- Ni se te ocurra, boludazo, te vi en el reflejo de la vitrina.
Retiré las manos presurosamente y la saludé:
- Qué hacés, piba?
- No ves? Laburando, ¿y vos? ¿qué hacés acá a esta hora?
- Llevé la “Poderosa” a lo de Beto porque hacía un ruidito en el motor y ahora se la tuve que dejar hasta mañana.
- O sea, vas a estar al pedo todo el día.
- Así parece, ¿te molesta?
- Mientras no me jodas...
- Vos hacé lo tuyo y yo lo mío.
Y me fui con Eze a ver en que estaba ocupado.
- Cómo va, nene? ¿Qué hacés?
- Hola tío. Nada, acá, renegando con un diseño para un volante.
Ahí nomás le empecé a preguntar y repreguntar sobre el trabajo. Se puso entretenido. Bah, eso creía, porque en un momento el Eze me dice:
- Tío, no te enojés, pero tengo dos opciones: o te doy bola a vos o termino el laburo. Adiviná que elegí.
- El laburo, no?
Lo dejé al ingrato con sus dibujitos y encaré hacia la Mabel. Me frenó antes de arrimarme.
- Si no tenés nada que hacer, no lo vengas a hacer acá.
- Eehhh, que mala onda.
- Nada de mala onda. Si me hablás, me confundo. O te quedás mudo o seguí tu ruta.
- Má siii, loco, me voy al Clú. Morfo allá.
- Dale, pero esta noche se come lo del mediodía.
Y me piré sin saludar, por desconsiderados hacia mi ocio involuntario.
En el Clú las cosas no tenían mayor ritmo. El Rengo limpiaba el buffet y el Pollo barría el salón, cantando algo en su idioma natal (sonaba reggae, no sé). Me arrimo a la barra y saludando, digo:
- Rengo, ¿qué hay para morfar?
- Solo hay fiambre, pero hay que hacerlos a los sánguches.
- Bueno, haceme un familiar de jamón y qu...
- Ade, estoy limpiando ahora ¿Podría el excelentísimo presidente de la entidad atenderse solo?
Había un tono de fastidio en su expresión que no escapó a mi percepción, por lo que decidí obviarlo y pasar del otro lado de la barra. Me preparé un sandwich generoso y agarré una latita de Quilmes, mientras pude percatarme de que el Rengo tomaba nota de mi “pedido”.
- Para anotar lo que consumo sí tenés tiempo, no?
No me contestó y, guardando la libretita, siguió con sus quehaceres.
Después de almorzar (tarde), me puse a leer el suple deportivo del diario. Estaba en eso cuando hizo su entrada el Cadena, quien pasó presuroso a mi lado rumbo al fondo del Clú.
- Qué hacé, trastornado? No saludás?
- Qué hacé, Ade? Disculpá, estoy reapurado, vengo a buscar el taladro que se me cayó una repisa en casa.
- Vení, gil, vamos a jugar al pool.
- Qué parte no entendiste que “estoy apurado”?
- Andá a cagar, amargo.
Y me fui para la puerta, a ver si pasaba algo más interesante. Que embole, por Diosssssss.
Apenas me recosté en el marco apareció la Lily, la tetona de al lado. Se me vinieron encima, ella y sus dos gomas, que parecen tener vida propia.
- Ade, cuando me van a pagar lo del cable? Ya van dos meses que me deben y necesito llamar al plomero para que me destape el desagüe del lavadero.
Le iba a dar una excusa del repertorio que tengo para estos casos, pero cuando me percaté que la Lily lo relojeaba al Pollo que estaba limpiando, del lado de adentro, las ventanas, se me ocurrió algo:
- Che Lily, para qué vas a gastar en el plomero? Si querés, te mando al Pollo para que te destape la cañería.
La Lily me miró como con desconfianza, no sabiendo si le hablaba en serio o le estaba haciendo una broma de doble sentido. Pero me siguió la corriente.
- Y el Pollo sabe de eso?
- Cóóómo??? Más vale, se da maña para eso y muchas cosas más.
Ahí la Lily hizo una sonrisa cómplice y me guiñó un ojo.
- Bueno, mandámelo. Si hace las cosas bien, capaz que un mes no te cobro, si?
- Hecho Lily, yo le digo.
Un problema menos. Si el nigeriano se esmeraba, en una de esas teníamos cable eternamente.
Mientras pensaba esto, apareció delante de mí el Corcho, el borracho del barrio. Un tipo tranquilo, manso, que no jode a nadie y todos quieren, pero manguero como él solo.
- Ade, disculpá, no tené unos mangos pa’ la birra?
- Hacé una cosa, Corchito. Andá hasta el buffet y decile al Rengo que te dé un porrón y lo ponga en mi cuenta.
Al tipo se lo vió incómodo, como que le costaba lo que iba a decir.
- Vó perdoná Ade, pero ustedes tienen Quilmes y yo prefiero Heineken, que venden en el almacén de la otra cuadra.
Un comentario así merecería, como mínimo, una patada en las encías del que lo emitiere. Pero, en su incoherencia, el tipo tenía su razón. Asi que, dándole un billete de dos pesos, le dije:
- Si, tenés razón Corcho, disculpá.
- Todo bien Ade, vó no sabías.
- Si, gracias por ser tan comprensivo.
- Olvidate, chau y gracias.
- A vos, chau.
En fin, hay gente peor.
En eso se escuchó el ruido de tacos de mujer muy característico. Era el Oscarcito, el trava, un pibe de 22 años que había asumido su condición.
- Qué decís Osc... no, Daiana era?
- Hola Ade, no, ya no. Ahora soy Fran.
- Por Francisco?
- Nooo, por Francine.
- Ok. Che, Fran, no está medio fresco como para mini?
- Y si, pero si me pongo el vaquero ajustado se marca mucho el bulto y con la pollerita levanto más.
- Ta’ bien, vos conocés tu negocio.
Justo apareció el Mamasa, quien con cara de culo (bueno, siempre anda asi), me saludó con la cabeza e hizo un gesto de desagrado al ver a Fran.
- Y a éste que le pasa? –me pregunta Fran despectivamente.
- Es homofóbico.
- Ah, mirá vos. No sabía que era puto el Mamasa.
- No, bolu. Homosexual no, homofóbico, que no le gustan los gays.
- Ahh, bueno, a mí tampoco me gusta él.
- Uy, no le cuento eso que decis, a ver si se pone mal.
- Jaaaa, que loco. Bueno, me voy a mi esquina, nos vemos.
- Chau nena, cuidate.
- Siempre y saludos a la Turca.
Y se alejó contoneándose como una diosa.
Decidí que era la ocasión de regresar a mi cueva hogareña y ver si el día podía terminar mejor que hasta el momento.
Que iluso.
La Mabel estaba acomodando las cajitas de los dividís cuando llegué al ciber. Tenía puesto el jeans que me gusta a mí, el que le marca bien la cola. Una sensación lujuriosa atravesó mi ser y pensé que el día podía terminar de la mejor forma.
La tomé de la cintura y le di un beso en el cuello, que sé que le encanta. Se dio vuelta y con una media sonrisa, dijo:
- Ah, sos vos.
- No, Mr. Músculo soy. ¿A quién esperabas? –contesté fastidioso.
- A nadie, salamín. Lo que pasa es que estaba concentrada controlando las cajitas. Me parece que me chorearon un par de las pornos, manga de jeropas.
- Hmmm, porno... Excitante, no?
- ¿Qué te pasa, galán? ¿Andás mimoso?
- ¿Vos no? –le contesté acercándola hacia mi.
- Hoy vas muerto, corazón –me dijo, acariciándome la cara.
- ¿Por? –dije algo angustiado.
- Porque esta tarde me vino la regla y parece que con todo. Me duele hasta el alma. ¿No te enojás, no?
- Ehhh... Noooo, ta’ bien, no pasa nada bebé. Lo dejamos para otro día. Total... nadie se va a morir, no?
- Bueno, dale. Yo no voy a cenar hoy, te dejo la comida lista y me voy a recostar, estoy muerta.
- Listo. No te hagas dramas, yo me atiendo solito. Te ayudo a cerrar el boliche que es tarde, si?
- Dale, gracias amor.
Y giró para ir a apagar las pc, mientras yo me iba a encargar de bajar la persiana.
Me quedé un momento parado viéndola, levanté la vista al cielo y murmuré:
- Ni esto me vas a dar, Barba? Una sola te pido para que el día valga la pena, pero no. Y la reconcha de la loraaaaa...
Eran las 23:30, en media hora se iba este día de mierda. La Mabel estaba profundamente dormida. Me quedé recostado a su lado haciendo zapping hasta que me hinché y fui a la cocina a picar algo. Obviamente, no había nada. Manoteé un pedazo de queso de rallar, algo de mayonesa que quedaba en el cadáver del sobrecito y un cacho de pan medio duro. No había más jugo, pero no me sorprendió, ya que este día iba a ser así hasta el final.
Mientras comía estos mendrugos me fijé en el almanaque colgado al lado de la heladera y se me ocurrió que, por lo menos ahí en el calendario, este martes podía “desaparecer”. Así que tomé la tijera del cajón de costura y me fui decidido a hacer justicia.
Estaba en esta pelotudez, cuando se oyó que alguien entraba a la casa. Era la Jessi, la hija de Mabel.
- Ade, qué hacés levantado a esta hora?
- Yo nada, y vos? No tenías que venir a las 10?
- Ah si, pero a mi viejo se le complicó y me trajo más tarde –dijo, mientras abría la puerta de la heladera y sacaba una banana que había escapado a mi requisa.
- Que raro
- ¿Qué raro qué?
- Nada, porque tu viejo llamó a las 10 y media preguntando si ya habías llegado.
La piba pareció atragantarse y tosió un poco, poniéndose colorada.
- ¿Si? Eh... no sé... Ah, me quedé hablando con... la Mirta, eso.
- ¿Por qué me verseás?
- Yo no te verseo –contestó airadamente.
- Tu viejo te mandó a las 10 y vos te fuiste a lo del Lalo.
- ¿Qué decis? ¿Cómo sabés?
- Porque me preocupé e hice unos llamados para que te ubicaran.
- ¿Y quién sos vos para controlarme asi? –dijo ya furiosa.
- Soy la pareja de tu vieja y me siento responsable de vos.
- Pero no sos mi viejo.
- No, ni lo quiero ser. Ya tengo mis hijos. Pero vivimos todos acá y tenemos que saber en donde estamos.
- ¿Qué? ¿Sos el Padrino?
- Mirá pendeja. Si vos querés andar con ese boludito del Lalo, es problema tuyo, pero a la Mabel no le vas a amargar la vida quedándote en la calle a esta hora.
- Ya soy grande para andar solita.
- ¡Grande las pelotas! Tenés 16 años recién y la cosa no está como para andar sola por el barrio a la noche.
- ¡Pero si no me pasó nada!
- No te pasó porque te estaban vigilando gente amiga.
- ¿¿¿Mandaste gente a seguirme???
- A cuidarte, pavota.
- Sos un mafioso.
- Y vos una atrevida. Si te pasaba algo, tu vieja se muere. Y yo no iba a permitir eso. Vos sabés que si la Mabel estornuda, yo me resfrío. Aparte sos una gila.
- ¿Por?
- Porque si hubieras confiado en mi, me avisabas y yo te iba a buscar del pendejo otario y todo solucionado.
- No es otario y no salgo con él.
- Pero él si quiere salir con vos.
- También sabés eso?
- En el barrio se sabe todo, si sabés escuchar –dije, ya más calmado.
La Jessi se quedó de brazos cruzados, rumiando alguna puteada, pero al final dijo:
- Bueno, mejor me voy a dormir, mañana tengo examen.
- Ok, y tratá de no ser tan egoísta la próxima vez. Todos nos preocupamos por vos.
Y me senté a tratar de recordar que iba a hacer con la tijera que tenía en la mano.
Ahí fue cuando sentí los brazos de la nena que me rodeaban por detrás y mientras me daba un beso en la cabeza, me dijo:
- Sos un guardabosque, pero igual te quiero mucho. Hasta mañana.
- Hasta mañana, nena. Yo también te quiero mucho –le dije, acariciando su mano en mi hombro.
Miré la tijera, luego al calendario y por último al reloj de pared. Eran las 23:55. El martes no había concluido.
Dejé la tijera en su lugar, le perdoné la vida al almanaque y apagando la luz, me fui a dormir.
Al final, el día valió la pena, como siempre pasa.
Hasta mañana, que descansen.
Capítulo completo
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martes, 20 de octubre de 2009
EL BAILE (PARTE 2)
Recién ahora me estoy reponiendo, el baile me dejó de cama. Igualmente fue un éxito, todos colaboraron para que así fuera. Se acondicionó el salón del Clú para hacerlo tipo discoteca, ¡¡hasta la bola de cristal conseguimos!! La Mabel coordinó todo y yo me encargué de la parte logística: lo que ella pedía le conseguíamos con los hermanos Benítez, ya sea comprando, mangueando o tomando prestado sin la autorización de su dueño. La gente del barrio se portó y llenamos las instalaciones. El Rengo en el buffet fue ayudado por "Las hormiguitas", quienes se bancaron no sólo que las apuraran con los pedidos, sino también con que les tiraran los galgos tres de cuatro que se arrimaban a la barra. Hasta el Pollo colaboró llevando y trayendo cosas, un fenómeno el morocho. El Ruso se encargó de la boletería y al primer arqueo de caja, le dio redondo, así que no lo controló más. El flaco Ossola dio su presente y apoyo psicológico, ya que no físico, debido a que todavía se estaba reponiendo de los golpes de su fallida demostración de baile (ver artículo anterior); incluso estaba chocho con el collarín que le colocaron por precaución.
A los que pudieron, se les pidió que fueran vestidos con pilchas de la época, así que fue un motivo más de joda ver a los panzones con vaqueros pata de elefante y cintura del mismo paquidermo. El Mamasa se calzó una peluca afro, se colgó collares y camisa floreada, emulando a un hippie del apocalipsis; esto porque, claro, verlo al monstruo haciendo la V de paz y amor era menos creíble que novia de Marley. El Nono pintó con una vincha roja y campera de cuero, no sabemos si se quería parecer a un motoquero de los años 50 o se estaba escondiendo de alguien. La Mabel apareció con una camisola media transparentona, peluca lacia, lentes oscuros, mini y botas altas. Cuando me apercibí de que se le notaba que no llevaba corpiño, ya era tarde, la guacha se me cagó de risa y se fue moviendo las cachas como si tuviera 20 años.
Mi look, aunque previsible, no fue menos impactante: traje blanco y camisa negra, sí, a lo Travolta. A los 10 minutos de entrar al clú me estaba recagando de calor, encima el talle era bien justo, así que dos por tres tenía que meter la panza para adentro para que el chaleco no estallara y los botones no salieran como misiles.
Al promediar el evento quisimos armar un concurso, tipo “Bailando por un sueño” y al principio fue eso, porque nos dormíamos de lo aburrido. Así que cuando fue mi turno, decidí sacar lo mejor de mí y también sacarme el chaleco, no daba más. Cuando entraba a la pista se escuchó a la gente gritar: ¡Duelo! ¡Duelo! Seguí las miradas y del fondo del salón se empezaron a apartar para dejar paso a mi supuesto oponente. Grande fue la sorpresa y grande el competidor: el Gordo Balbuena en persona. Encima el turro se vino vestido igual que yo, por lo que, enfrentados, parecíamos una mala propaganda de Tony Manero. El DJ arrancó con “Saturday night fever” y el Gordo se posesionó, realmente la movía. Yo había recibido consejos del flaco Ossola e intenté los pasos básicos. La gente estalló en aplausos para ambos y eso hizo que nos potenciáramos. Mientras nos mirábamos de reojo, continuamos cual duelo entre Julio Bocca y Maximiliano Guerra (obvio, sin calzas). La segunda melodía se hizo oír (“Staying alive”) y nuestros cuerpos respondieron. Pero lo que indudablemente no iban a responder serían los corazones. El Gordo ya transpiraba profusamente y a mi un calambre amenazaba apropiarse de mis caderas. Como no se vislumbraba un posible ganador, la gente se empezó a aburrir y rumbearon para la barra, pero nosotros dos permanecimos en la pista por una cuestión de orgullo, de honor, de total irreflexión. Ya los pasos eran torpes y sin ritmo, se escucharon abucheos y risotadas, pero ninguno daba el brazo a torcer, solo las piernas se nos iban a torcer, del esfuerzo.
Terminamos arrodillados, uno frente al otro, respirando con mucha dificultad y anhelando el tubo de aire que usa Sandro. Solo se me ocurrió preguntarle al Gordo, entre resuellos:
- ¿Te rendís?
- ¡Nunca! –bramó mi pesadilla.
Como no pude articular palabra, opté por levantar mi mano y empujarlo, haciendo que besara el piso. Mientras sonreía sentí desplomarme, cayendo boca arriba junto a su cabeza. Intenté infructuosamente golpearlo con mi mano, pero al no lograrlo solo tuve fuerzas para emitir un:
- Gordo... puto
Y cerré los ojos.
Me despertó los cachetazos que me propinó el flaco. Cuando pude reaccionar alcancé a agarrarle los huevos, diciéndole:
- Ya, flaco, ya me desperté.
Todos gritaron satisfechos, menos el flaco que emitió un sonido agudo.
- ¿Quién ganó? –pregunté al grupo
- ¿De qué? –contestó el Cadena.
- Del duelo, paspado.
- Ah, que sé yo, nosotros nos fuimos al patio a ver dos minas que se agarraron a piñas. Cuando volvimos, ya te habían traído acá entre la Mabel y el Eze.
- ¿Y el Gordo?
- Debe andar tirado por ahí, necesitábamos la pista libre.
- Ok, sigan con lo suyo, yo me arreglo.
Los vi alejarse a seguir divirtiéndose y me acomodé en el asiento. En ese momento se acercó la Mabel con una Quilmes en la mano y dos vasos en la otra. Se sentó a mi lado y me sirvió un vaso hasta el tope. Sólo cuando terminé de tomar, dijo:
- Boludo.
- ¿Por?
- Un día de éstos vas a quedar tirado de un ataque. ¿Y todo para qué? Para demostrarle a otro boludo que sos mejor que él.
- Soy mejor que él.
- Sos mejor boludo.
- Vos no entendés.
- ¿Qué no entiendo? El otro se la pasa queriéndote cagar y buscando el error para quedarse con el club y vos zafando y peleándote con él por cualquier pavada.
- Es mi némesis.
- Andá a cagar. Van a terminar internados los dos, por giles.
- Vos no entendés.
- Ma’ si, tomate el resto del porrón. Me voy a ayudar en la barra.
Se levantó, pero se detuvo y se inclinó sobre mi cabeza y me dijo:
- Igual te quiero, pajero –y me dio un besazo de lengua.
Entonces pensé. No sé si bailo bien, no sé si le gané al Gordo, no sé muchas cosas. Pero de algo estoy completamente seguro: a la Mabel no la quiero perder por nada del mundo.
Se escuchó por los parlantes a Barry White y no dudé. Me levanté con mucho esfuerzo y la fui a buscar. Este lento tenía que bailarlo bien apretado a mi mujer.
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martes, 6 de octubre de 2009
EL BAILE (PARTE 1)
- Bueno, muchachos, hay que juntar guita para refaccionar el Clú.
Así comencé la reunión de Comisión Directiva. Estábamos casi todos, menos la Mabel que atendía el ciber.
- En los bancos no nos van a dar un puto crédito, así que nos tenemos que arreglar solitos –sentencié.
Se oyeron murmullos entre los asistentes y una que otra risita. Quien pensara que estaban charlando sobre la cuestión planteada, se equivocaría. Se oían referencias a la fecha pasada del torneo local y comentarios sobradores de uno a otro, pero del problema, cero. Dejé que terminaran de cargarse, ya que yo también lo estaba gastando al Rengo porque su equipo había perdido sobre la hora. De entre las risotadas se oyó la voz del flaco Ossola:
- Yo pienso que los bancos deberían funcionar de otra forma. En lugar de ir uno, hacer la cola, esperar que los forros se dignen atenderte y encima dejarles guita, los bancos tendrían que venir al pie.
Todas las cabezas giraron hacia la otra punta de la mesa, donde el flaco seguía con su hipótesis de conflicto.
- Es asi, loco. El banco debería enviar a sus empleados para que pasen casa por casa preguntando si necesitamos algo. Que sé yo, “¿tiene algo para pagar, doña?” u “Hoy le vence el gas, don Alfonso, ¿le sello la factura?”, cosas así. Y si estás ocupado, el tipo te dice: “Ok, señor, paso en otro momento y disculpe las molestias”. Así daría gusto poner mi guita ahí. Todo por un buen servicio. No sé, se me ocurrió.
Durante un instante eterno todos miramos sin decir palabra al expositor de tamaña idea. Luego, recobré el sentido de la realidad y le largué sin anestesia:
- Flaco, creo representar la voz de la mayoría al decirte que sos un pelotudo serial. Ahora bien, dos cosas a tu favor: una, ¡que bien argumentás tus boludeces! Y dos, gracias a tu intervención podemos retomar el problema que nos convoca.
El flaco hizo una media sonrisa, no sabiendo si lo estaba halagando o echándole tierra encima. Aproveché para captar la atención del resto:
- Necesitamos una idea, organizar algo para recaudar, sino se nos viene abajo el Clú. Hay que aprovechar ahora que estamos más o menos bien con el fulbo, a pesar del empate último. No sea cosa que se nos acabe la racha y nos emboquen una goleada.
- ¡Organicemos una rifa! –exclamó el Nono.
- Nooo, en la última no compró nadie un mísero número –dijo el Mamasa.
- Porque los premios eran chotos –respondió el viejo.
- ¿Qué decís? Un tele blanco y negro que andaba rebien y una comida en la parrilla del Rolo. ¿Qué querés por un peso el número? –se defendió la bestia.
- Tenés que poner algo más caro, boludón –se obstinó el progenitor.
- Si, pero entonces tenés que cobrar más caro el número y la gente no tiene un mango –dije como si estuviera descubriendo la teoría de la relatividad.
El Ruso pidió la palabra, se la di y argumentó:
- Yo creo que para que la gente garpe hay que darle a cambio algo piola, algo que disfrute, que la haga sentir bien.
- Vendamos consoladores, entonces – pronunció el Loro.
Estalló una carcajada general por la ocurrencia, pero el Ruso siguió:
- Cortala zángano, hablemos en serio. Hagamos algo que pueda repetirse, que la gente lo hago propio.
- ¿Y qué idea se te ocurre, Ruso? – le pregunté atentamente.
- Un baile – dijo sonriendo.
La primera reacción de todos fue negarse, por una cuestión instintiva de oponerse a todo. Pero de a poco fue ganando terreno la propuesta y todos empezaron a aportar:
- Hagamos una gran bailanta –pidió el Cadena
- No, no seas grasa, que sea todo marcha, como se usa ahora –respondió el Eze.
- Cualquier cosa, menos tango –rogó el Loro
- Los bancos no deberían cobrar ese servicio a domicilio –insistía el flaco autistamente.
- ¿Y si lo hacemos conceptual? –pregunté
- ¿LO QUÉ?!! –preguntaron todos a la vez.
- Bueno, creo que así se dice, cuando es un tema, un motivo. Un baile con música de los años 60, 70 y 80.
Menos el Nono y el Eze, a los demás le cabía alguna de esas épocas, así que aprobaron satisfechos.
En ese preciso instante se empezó a oír una melodía pegadiza. Era “Fiebre de sábado a la noche” de los Bee Gees. El flaco había buscado y encontrado un cidí con varios temas y lo había puesto en el equipo de música. Pero no solo eso, sino que empezó a bailar cual Travolta del subdesarrollo, con movimientos no del todo desagradables. Todos nos entusiasmamos y empezamos a hacer palmas. El flaco se animó más y de un salto trepó a la mesa grande de reuniones. Estaba poseído. Hizo un par de giros riesgosos, movimientos ondulantes de cadera, ademanes armónicos, un semi profesional el tipo. Cuando ya terminaba la pieza, realizó un giro total y se lanzó hacia la cabecera patinando sobre sus rodillas. El envión fue bastante fuerte, eso, más lo lustroso de la mesa, hizó que el flaco siguiera deslizándose hacia la punta donde estaba sentado el Mamasa, su enemigo natural, quien vestía una remera negra con la desafiante inscripción: “El Roña Castro se la come”. Cuando ya descontábamos un encontronazo con el mamut, a escasos centímetros de la colisión, el Mamasa apenas levantó su codo haciendo que el flaco perdiera estabilidad al chocar con él y se estrellara contra un armario que contenía diferentes trofeos de lejanas épocas gloriosas del Clú.
El estruendo fue ensordecedor. Todos fuimos rápido a evitar que se rompieran más cosas, entre puteadas varias al autor del desquicio.
Pudimos recuperar bastante y no dejamos de insultar a toda la parentela del flaco. Cuando terminamos de acomodar más o menos, nos volvimos a sentar para recobrar la tranquilidad. Fue ahí cuando desde el lugar del siniestro, se oyó la voz débil del accidentado:
- Muchachos, disculpen que los joda, pero, ¿podrían llamar a una ambulancia? Gracias.
Y se desmayó.
CONTINUARÁ
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domingo, 27 de septiembre de 2009
BALBUENA
¡¡Se pudrió todo!!
Nos tenemos que reunir la Comisión Directiva del Clú, porque hay denuncias de desmanejos. Esto debe ser cosa del gordo cornudo y buchón de Balbuena, ahora que andamos rebién con el fulbo, viene a romper las bolas con las cuentas claras.
Gordo trolo, ¡Vigilá a tu jermu en lugar de venir a jodernos!
Estoy muy caliente como para escribir, más vale después cuando esté calmado, les cuento como van las cosas.
Me hacen hervir la sangre, me hacen.
Bueno, acá estoy. Zafamos ahí de una auditoría. Estuvimos laburando como locos para juntar los papeles, conseguir facturas y recibos, truchar documentos, de todo. El tordo Inzaguirre nos aseguró que, si no se ponían en putos, pasaba cualquier control. Y salió todo bien. El gordo Balbuena se la tuvo que morfar, pero no se va a quedar tranquilo. Va a estar al acecho para saltarnos encima apenas metamos la gamba en algo. Y más ahora que, con lo del Pollo y el fútbol, el Clú aumentó la cantidad de socios.
Con el Luis (el gordo) nos conocemos de pibes, se podría decir que nos criamos juntos. Nunca fuimos amigos, sino que nos tolerábamos. Nos cagamos a piñas un par de veces de pendejos y de más grandes una vez, una pelea que todavía se recuerda en el barrio. Teníamos una relación de conveniencia. Él siempre andaba con guita (el viejo tenía la tienda más grande del barrio, la que el Luis heredó), yo era más tirado, pero el gordo no era tan agraciado y eso hacía que se cohibiera con las minas. Así que yo encaraba y él garpaba y ganabámos los dos. Con el tiempo, dejamos de necesitarnos. Yo ya tenía mi laburo en la imprenta, así que no necesitaba de los recursos del gordo y él empezó a agarrar más confianza, con lo que cada uno hacía la suya.
A los 20 se puso de novio con la Dorita, la que ahora es su jermu. Ninguna boluda la mina, en ese tiempo ya la tenía clara. Podía haber salido con quien quisiera (de hecho lo hizo), pero se eligió al que le iba a dar un futuro sin sobresaltos. El Luis era el tipo que necesitaba para zafar de la malaria, igual después se la podría rebuscar si necesitaba amantes. Yo anduve un tiempo con ella de pendejo, pero ya se notaba que la tipa buscaba otra cosa. Un par de meses antes de casarse con el Gordo tuvimos un encuentro, pero no pasó de ahí. Nadie nunca supo nada de eso, pero cuando estábamos en campaña para las elecciones del Clú, se corrió la bola que yo había salido con la Dorita mientras estaba casada con el Luis. Nada que ver, pero yo no salí a desmentirlo porque lo quería hacer engranar al Gordo. El Luis picó y se fue de boca, quedando ante la gente no sólo como cornudo, sino como un reverendo pelotudo. Me parece que el Nono tuvo que ver con desparramar el chisme, ya que era el único que podía sospechar algo. Una, porque es un viejo zorro y dos, porque cuando nos encontramos con la Dorita en el telo ocurrió que, cuando salíamos, se había armado revuelo. A un tipo le había dado un ataque mientras estaba con una trola y la mina gritaba que era verso, que lo hacía para no garparle, típico truco del Nono. Cuando la ambulancia se fue, pasó al lado nuestro y por la ventanilla me parece que el viejo me bichó, aunque nunca hizo ni un comentario.
La cuestión que el Gordo ahora no sólo me odia por creer que me empomaba a su jermu, sino porque le ganamos las elecciones, a pesar de que él puso toda la guita y nosotros nos manejamos a pulmón y, ¿por qué no decirlo? le mandamos presión a la gente con la ayuda inestimable de los hermanos Benítez, duchos en el arte del apriete.
El Gordo buchón nos la tiene jurada y va a aprovechar cualquier oportunidad para escracharnos. Bueno, que haga lo que quiera, acá lo esperamos.
Como dirían por ahí: NO-TE-TE-NE-MOS-MIE-DO.
Me voy, che. La Mabel hace como una hora que me espera para tomar mate y los hace riquísimos.
Nos vemos, pórtense bien, miren al cruzar, pónganse un saquito y, sobre todo, no hablen con extraños.
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domingo, 13 de septiembre de 2009
MIRACOLO!!! MIRACOLO!!!
Nuestros ruegos fueron escuchados.
¡¡¡Ganamos nuestro primer partido en el torneo!!!
Que jornada gloriosa, que dicha sin par, que alegría, que alegría, olé olé oláááá.
Fue un uno a cero espectacular, en un partido candente, lleno de emociones.
Numerosísima la cantidad de gente que asistió, por ser día de semana (la fecha se había suspendido el domingo por lluvia), lo que me llevó a pensar dos cosas: una, que arrastre tiene el Clú y dos, cuánta gente al pedo y sin laburo hay.
La fiesta comenzó cuando entraron nuestras porristas, “Las hormiguitas”, con su atuendo azul y rojo (en diferentes tonalidades, eso si) y dejaron muda a la tribuna. Un ratito muda, después se empezaron a cagar de risa y a gritarle groserías a nuestro elenco. Las “hormiguitas”, como si nada, hicieron su número totalmente concentradas al ritmo de “Bombón asesino” (yo quería “One more time”, de la Brini Espir, pero no me apoyaron). Bailaron con una sincronización perfecta: se equivocaban todas al mismo tiempo. Pero las polleritas tableadas surtieron efecto y terminaron ovacionadas.
Entonces ingresaron nuestros gladiadores. Que recibimiento, señores. Nunca oí silbar tanto a un equipo. Las mil variantes de “la concha de tu madre” salían de las bocas de los concurrentes. Pero nuestros muchachos se la bancaron, como si no los oyeran. Hay que reconocer el mérito de la idea del Rengo Díaz de hacerles poner algodón en los oídos.
Pese al reclamo de quienes vimos las prácticas, el director técnico, el Zurdo Oliva, decidió poner en el banco de suplentes a la nueva adquisición, el Pollo. Y tenía razón. Si lo mostrábamos de entrada y veían lo bien que jugaba, despertaríamos sospechas y entrarían a fijarse en la inscripción del morocho. El tordo Inzaguirre nos aseguró que los pelpas truchos pasaban cualquier control (ahora el Pollo es uruguayo y mudo), pero igual mejor no exponerse.
El planteo táctico fue netamente defensivo, el clásico 10-1: todos colgados del arco y uno solo arriba para correr los pelotazos. Pese a los cánticos en contra de la parcialidad visitante y también de algunos sectores de la nuestra (con el gordo buchón de Balbuena a la cabeza), donde el término “cagones” resaltaba por sobre todo, nuestros aguerridos titanes aguantaron la embestida de los pérfidos atacantes del Club “Pasión en cuentagotas”, de una localidad vecina. En el entretiempo, el Zurdo (ex jugador, que supo mostrar su estampa en Rosario Central y clubes del interior, hasta que su capacidad para contagiarse enfermedades venéreas le cortó la carrera) les habló sintéticamente:
- Tenemos que aguantar así 20 minutos más, entonces los vamos a agarrar cansados –dijo en una clara postura bilardista.
El segundo tiempo fue calco del primero. Los visitantes se cansaron de mandar centros al área y nuestros muchachos rechazaban con lo que tenían. Hubo dos tiros que pegaron en los palos que hicieron bramar a la concurrencia y a mí me hizo bramar el estómago, con promesa de diarrea. A los veinte minutos exactos del complemento, el Zurdo lo mira al Pollo y le indica que se levante. Con señas, incomprensibles para nosotros, le hace entender lo que quiere. El oscuro asiente y se para al borde de la cancha para hacer el cambio levantando su mano para llamar la atención del árbitro.
Y ahí comenzó la magia.
El Pollo sabía bien que tenía que hacer, el Zurdo también lo sabía. Pero nadie más. Un estricto secreto entre ambos podía ser la clave para sacar un buen resultado.
Era simple: el morocho debía hacer valer su habilidad y buscar la infracción cerca del área o dentro de ella. Era sabido que no podía contar con el resto del equipo, ya que los muchachos parecían jugar con una garrafa atada en cada pierna. Con el 17 en su espalda ingresó bajo una lluvia de epítetos racistas.
La primera pelota que agarró fue uno más de los rechazos de nuestra defensa, la bajó delicadamente, giró para encarar hacia el otro arco y sólo vio adversarios. A medida que le salían al cruce los eliminó fácilmente, hasta que una acumulación de piernas contrarias le juntaron los dos pies y fue a dar al piso.
Miré al Zurdo y estaba impávido, sereno, confiado. Pero no logró transmitirme su tranquilidad y maldije haber almorzado guiso antes del encuentro.
El partido continuó y el Pollo buscaba, buscaba. En una jugada en mitad de campo, le salió a interceptar el cinco de ellos, asignado a marcarlo. Era el Oso Garmendia, un humanoide con más de una causa penal por agresiones. El Pollo lo vio venir y le metió un “caño” impecable, quedando para siempre la marca de la frenada de la bestia en el campo de juego. En lugar de seguir con la pelota, el nigeriano se frenó, levantó la pelota y cuando el Oso arremetía nuevamente, con el taco le hizo un “sombrero” que desató la euforia de la hinchada y la ira del mediocampista visitante. El Pollo encaró para el arco contrario y el mastín lo entró a perseguir, sediento de sangre y echando espuma por todos sus orificios visibles. Luego de eliminar al 2 de ellos (lo que permitió acortar la distancia de su perseguidor), y cuando todos pensábamos ilusoriamente que sortearía a toda la defensa visitante (cosa imposible si las hay), el Pollo empezó a hacer jueguitos a la puerta del área. Todos nos quedamos paralizados, no entendíamos.
- Pateá al arco, negro hijo de trece mil putas negras!!! –era lo más modesto que se escuchaba.
Pero el Pollo nada, meta pegarle al fulbo como si estuviera en el parque. Hasta los adversarios se quedaron admirados de la habilidad del pibe y miraban extasiados. Me entré a desesperar, encima al Zurdo no se le movía una ceja, o estaba muy seguro de su plan o había entrado en estado catatónico. En la cancha el morocho seguía con su exhibición y, cuando estaba haciendo con el hombro, noto que en mi vasito de plástico con café comienzan a producirse ondas concéntricas, como en Jurassic Park. Eran provocadas por el Oso, que no se dejó encantar por los malabares del negro y ciego de odio por la gozada sufrida, se lanzó con los dos pies en plancha directo al omóplato del ilusionista. Ya estábamos decretando el deceso del Pollo, cuando éste giró en el momento justo y los botines del agresor pasaron a milímetros de su burlador, quien, en un aparatoso gesto, se desparramó en el piso simulando un inconmensurable dolor. El árbitro no dudó y le sacó roja directa a Garmendía. Como habrá sido de descalificable la infracción que hasta sus propios compañeros le exigieron al referí que lo expulsara.
Cuando el Oso pasó frente a nuestro puesto, rumbo a vestuarios, el Mamasa no se contuvo:
- ¡Oso y la recalcada y recontrarenegrida concha de tu bendita madre! –le gritó a pocos metros.
Lo miré asombrado, no tanto por el tenor del insulto, sino por lo bien que había vocalizado. Le hice un gesto de aprobación y seguí mirando el encuentro.
El Pollo se había reincorporado y ya estaba acomodando la pelota para el tiro libre. Sus compañeros, quizás un poco celosos, quisieron hacer una jugada de pizarrón, donde van dos que amagan que van a patear y saltan la pelota, para confundir a la barrera. Totalmente ineficaz, ya que todos sabíamos que quien le iba a pegar de última era el Pollo, por lo que la acción de los supuestos pateadores no sólo fue inútil, sino también patética.
Ya el Pollo llegaba con trote seguro a pegarle de derecha y, superando la barrera, la pelota se dirigió hacia el palo contrario donde estaba el arquero. En una parábola exquisita, el misil tierra-ángulo tenía destino de gol. Y fue gol, nomás. La tribuna enmudeció. Los visitantes estaban callados por la bronca, pero nosotros estábamos mudos del asombro. El Pollo empezó a correr festejando su tanto, pero se detuvo al notar que nadie lo felicitaba ni gritaba junto a él. Eso, sumado al mutismo de la hinchada, le hizo creer en una anulación del gol. Pero el árbitro corría hacia el centro del campo, o sea lo estaba convalidando. El morocho se quedó estático con los brazos a los costados, sin entender. Hasta que se oyó la voz del Zurdo:
- ¡Manga de boludos! Festejen que fue gol!!!
Ahí caímos en la cuenta de que no era un sueño, que todo era verdad, que habíamos mojado, que enterramos la batataaaa.
¡¡¡¡¡¡GOOOOOOOOOOOLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLL!!!!!!
Lo que pasó a continuación me llega a la mente en retazos, gente caminando de rodillas, besándose, abrazándose, olvidando rivalidades, pidiendo al referí que lo termine cuanto antes.
Nuestros jugadores pateando a cualquier lado, yo conteniendo a los mellizos para que no invadieran el campo de juego antes de finalizado el partido.
Y llegó el pitazo final.
Entonces si, a darle rienda suelta a la alegría contenida.
El Pollo fue llevado en andas por toda la cancha, motivando una sonrisa eterna y de 43 dientes del morocho y la inapreciable gratitud de más de una fémina que lograron vislumbrar entre los pliegues del pantaloncito del héroe las dimensiones de su martillo.
El Pollo fue el último de los jugadores en darse una ducha y mientras estaba en eso, una de las “Hormiguitas” se me acercó y, en voz baja, me dijo:
- Ade, con las chicas le queremos pedir un favorcito.
- Menos guita, lo que quieran –contesté tontamente.
- Después vemos eso. Ahora lo que queremos es que raje a todos del vestuario para cambiarnos nosotras.
- Ok, piba, aguantá que termina el Pollo de bañarse y queda desocupado para ustedes.
- No Ade, no entiende. Que se vayan todos, menos el Pollo –dijo, guiñándome un ojo.
Tardé más de lo debido en enganchar la propuesta. Al tercer guiño, me apiolé.
- Ahhhh, caramba... ehhh, bueno, dale, los rajo... si, eso, je –asentí algo turbado.
Esa noche con la Mabel cogimos como nunca. No sé si por la euforia del triunfo o por el relato del Rengo Díaz sobre lo acontecido en la ducha del vestuario entre el Pollo y las cuatro “Hormiguitas” (el tipo se las ingenió para bichar la fiestita desde una claraboya), la cuestión es que fue tal mi perfomance amatoria que la Turca exclamó:
- Nene, si te pone así ganar un partido, mañana mismo empiezo a juntar guita para contratar al “Pulga” Messi.
Lancé una carcajada, la tomé en mis brazos y volvimos a empezar.
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sábado, 5 de septiembre de 2009
EL POLLO
- Ade, necesito hablar con vos. A solas.
Cuando el Ruso me dijo así y vi su cara seria, pensé dos cosas: “Cagué, se acordó de la guita que le debo” y “Cagué, me viene a pedir guita prestada”. Dejé un momento mis ocupaciones en el clú (estaba con el Nono descubriendo dibujos en las manchas de humedad del techo del salón) y me fui a sentar con el Ruso, dispuesto a afrontar lo que fuere.
- Tengo la solución para el tema de fútbol en el club, Ade.
Respiré aliviado, la cosa no venía de mangazo, pero igual sentí un dolor en el alma. Es que cuando me nombran el fulbo, me agarra una angustia... Hace rato que no embocamos un partido, ni un mísero empate o una honrosa derrota de menos de cuatro goles en contra. Presté atención a mi compañero de mesa, mientras le hacía señas al Rengo Díaz para que me trajera del buffet una Quilmes.
- Te escucho, Ruso –le dije
- Mirá, viste que yo ando con el camión por todos lados. Bueno, la semana pasada, fui al puerto a cargar una merca media falopa, pero bien paga. Termino de subir todo y salgo para San Nicolás. A la altura de Fighiera (yo venía rápido), tengo que frenar por las putas lomas de burro que tienen ahí. Sentí un ruido raro en la caja, que sé yo, uno conoce su laburo y ese no era ruido de cajas cayéndose.
El Rengo llegó con la cerveza, la destapó y se quedó parado, como prestando atención al relato. El Ruso lo miró, me miró, me hizo señas con la cabeza de la presencia del Rengo. Yo miré al Rengo, éste me miró, le pregunté con un gesto de la cabeza que quería, el Rengo se encogió de hombros y siguió en su lugar. Miré al Ruso, volví a mirar al Rengo y le dije:
- Rengo, ¿me haces un favor?
- Decime, Ade.
- ¿Por qué no te vas a esterilizar cucarachas con un alicate? ¿No ves que estamos hablando?
El Rengo me volvió a mirar, lo miró al Ruso y dando media vuelta se fue rascándose la nalga izquierda. Creí oírlo murmurar una puteada.
- Disculpá, seguí Ruso –le dije mientras llenaba los vasos.
- Ok, bien, frené al costado de la ruta y me bajé con el palo para controlar las ruedas, dispuesto a surtir a quien sea. Abrí las puertas con cuidado y grité: “Salí, la concha de tu madre o subo y te bajo los dientes, te bajo”. Pasaron un par de minutos y nada. Cuando ya me subía, del fondo de las cajas se asoma una cabeza.
- A la mierda –dije, compenetrado con el cuento.
- Aparece un negrito, reflaco, pero musculoso, con cara de hambre y una baranda que hacía flamear los postes de la luz, diciendo: “Pollo, pollo”.
- A la remierda –exclamé, sin mucha originalidad.
- Bueno, te la hago corta. El pibe resultó ser un polizonte de un barco nigeriano, y según un papelito que tenía encima, parece que se llama Mbemba Embuila, o algo así. Yo le puse Pollo, porque es más fácil y era lo único que sabía decir él. Me dio lástima, así que le di algo de comer y tomar y lo subí conmigo adelante. Me ayudó a descargar y ahora lo tengo conmigo.
Yo me rasqué el mentón, como si pensara, cuando en realidad era que me picaba la barba, y le dije:
- Linda historia, Ruso. Pero, ¿qué tiene que ver el fulbo con esto?
- A eso iba. En una parada, en una estación de servicio, mientras cargaba combustible, fui al baño. Cuando vuelvo, a unos pibitos que estaban jugando a los penales, se le escapa la pelota y va a parar a los pies del Pollo. La levantó como si nada, empezó a hacer jueguitos, con las rodillas, con la cabeza, con los hombros, con el culo, que sé yo, un maestro el morocho. Después se las devolvió pegándole con los tres dedos a los pendejos, quienes estaban con la boca abierta, y se vino caminando hacia mí como si hubiera hecho lo más normal del mundo.
El Ruso, se inclinó hacia delante y tomándome el brazo, dijo vehemente:
- Ade, el Pollo es un crack.
- Caramba –sólo pude decir.
Mi mente estaba a full. Si el Pollo era como decía el Ruso, era el jugador que nos podía salvar. Pero, siempre hay un pero, algo no me cerraba y lo hice saber:
- Todo bien, Ruso, pero... ¿qué pito toca el Clú en esto?
El Ruso se echó para atrás en la silla y, como restándole importancia, dijo:
- Bueno, como “descubridor” del Pollo, yo estaría dispuesto a cederlo al equipo del club.
- Ah, que bien. ¿Y cuánto nos va a salir esta “gauchada”? –dije mirándolo cancheramente.
- Nada –dijo, sin inmutarse.
- ¿Nada? Dejate de joder, Ruso. Vos no hacés nada gratis.
El Ruso miró para los costados, como para cerciorarse que no hubiera nadie escuchando y me dijo:
- Al club no le saldría nada, pero para mí valdría mucho que el club lo mantuviera.
- ¿Mantener? ¿A qué te referís? –pregunté un poco fastidiado.
- Si, yo lo cedo sin un mango para mí, pero el club se tiene que hacer cargo del Pollo. Le tiene que dar de comer y donde dormir.
- Pará un cachito, Ruso. Vos no estás contando todo. Largá el rollo, si querés que te ayude –lo apuré, ya sabiendo que me ocultaba algo.
El Tipo agachó la cabeza y la empezó a mover. Suspirando y con los ojos medio vidriosos, me contó:
- Lo que te diga tiene que quedar entre nosotros. Prometémelo, Ade.
- Tenés mi palabra, Ruso –dije solemne.
Pareció más tranquilo y confiado.
- Cuando volví del viaje, lo levé al Pollo a mi casa y se lo presenté a la Betty, mi mujer. Ella lo recibió rebien y el pibe se sintió comodísimo. Le preparamos el cuarto de mi hijo que está estudiando en Buenos Aires y le dimos pilchas. La Betty le indicó por señas que se podía bañar y le mostró el baño. El pibe agradeció con la sonrisa más grande que haya visto y con la Betty nos fuimos a la cocina a preparar el mate. De repente mi mujer se apiola que no había toallas grandes en el baño y me dice que se las va a alcanzar. Yo me quedé prendiendo la cocina y puse la pava con agua. Como vi que tardaba en volver la Betty, pensé que capaz el Pollo no le entendía, así que fui a ver que pasaba.
Una nube pareció cubrirle la mirada. Intuí algo, pero lo dejé terminar:
- La Betty estaba parada, estática en la puerta del baño con las toallas en el piso, la boca abierta y la mirada clavada en la ducha. El Pollo no la había visto abrir y se siguió bañando como si nada. A la vista de la Betty aparecía el tipo en todo su esplendor y ella estaba como hipnotizada. Cuando me acomodo atrás de mi mujer, veo lo que ella miraba y no pude dejar de entenderla.
Hizo un descanso en el relato y suspirando, agregó:
- Ade, el pibe tiene una tararira de 30 centímetros, mínimo.
- A la pelota –sólo pude acotar.
- Si, las pelotas también las tiene grandes –me dijo ya con lágrimas.
- ¿Y entonces? –alcancé a preguntar.
- Bueno, la Betty se obsesionó con el negro. No le interesa lo que yo diga, quiere que el Pollo le dé matraca, está enloquecida. Y yo la quiero mucho, pero tengo mis límites. Así que necesito que el morocho se vaya de casa, pero el pibe es buenísimo, él no tiene la culpa de ser dotado. Por eso te pido que lo acepten acá. Ganaríamos todos. Ustedes tendrían un crack sin desembolsar un mango, el Pollo tendría un lugar para vivir y yo podría estar más tranquilo para recomponer mi relación con la Betty. ¿Hacemos negocio? –me miró como suplicando.
No me tomó mucho decidirme.
- Ok, Ruso, traelo al pibe. Vamos a buscarle un lugar y si juega como vos decís, seguro en el equipo lo van a recibir con los brazos abiertos.
- Gracias Ade, al Pollo lo tengo afuera en el camión. Ya mismo lo hago bajar. Ah, otra cosa. Olvidate de la guita que me debés.
Y se fue para la puerta del clú. El Rengo se arrimó a la mesa para retirar la botella y los vasos vacíos. Le pregunté:
- ¿Qué opinás?
- ¿De qué? –me dice con cara de boludo.
- No te hagás el que no sabés, que te biché escuchando todo.
Haciendo una sonrisa cómplice, me contesta:
- Los tríos son jodidos, Ade. Más de un pene en la casa, asusta. Y más si uno es de esas proporciones.
Cuando se lo propone, el Rengo es todo un sabio.
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