sábado, 14 de noviembre de 2009

DE COMPRAS

Me encanta ir al super, solo. Tranqui, pero sin demorarme demasiado, elijo un vinito tinto no muy caro, un salamincito, un pedazo de queso cáscara colorada y listo, no jodo más. Si hay alguna promotora ofreciendo bocaditos me voy acercando como si no la hubiera visto. Hasta que me detecta y, sonriendo francamente, me ofrece la bandeja con un manjar. Me hago el sorprendido, agradezco, me sirvo y mientras saboreo, le sonrío (con la boca cerrada, obvio). Después me voy para abonar, me hago el boludo con las cajeras, un chistecito, risitas, pago y a otra cosa, aftosa.
En cambio, si voy con la Mabel, no. Ya es otra cosa. No hay disfrute, es laburo. Ella lo toma como una salida, se empilcha más o menos bien, se pinta, en fin, se produce. Yo voy con lo puesto, lo que provoca su desagrado.
Vez pasada estaba en el patio mirando atentamente como se apareaban dos escarabajos, cuando escuché a la Mabel solicitar mi presencia para ir de compras. Rápido de reflejos, encaré para la pieza del Eze, que está en la planta alta. Subí de a tres escalones la escalera de metal, entré a la habitación, salí por la ventana que da a la terraza, pasé del otro lado de la baranda y ayudándome con las ramas de un árbol, bajé hasta la calle, en el pasaje al lado de la casa. Encaré para la esquina y, asomándome apenas, espié hacia la entrada del ciber. No había nadie. Entonces giré para ir a refugiarme al Clú.
Y ahí estaba la Mabel, mirándome con una sonrisa canchera. La turra me cagó, hizo barullo en la cocina y, mientras yo intentaba escapar, ella ya había salido y me esperaba en la otra esquina.
- Tomá gilún, ahí tenés la calculadora, vamos.
Y me agarró del brazo, matándose de risa.

El super estaba lleno hasta el culo, siendo principios de mes había ido todo el barrio después de cobrar. Suspiré resignado pensando en lo largas que serían las colas en las cajas. Antes de entrar, la Mabel se saludó con quince vecinas, mínimo, retardando mi suplicio.
- Amor, fijate si podés conseguir un carrito, que tengo que preguntarle algo a la Norma, ¿si?
Primera orden del día. Como si fuera fácil conseguir uno con tanta gente con el mismo objetivo. Así que (zorro viejo) me paré a ver el panorama y esperar una presa. Un grandote salió con el changuito repleto y se dirigió al estacionamiento. Este era mi hombre, debía seguirlo y esperar que descargara en el baúl de su auto y ahí nomás tendría mi premio. Lo seguí displicentemente como si lo fuera a chorear. Me quedé observando a unos cinco metros hasta que terminó y, obviamente, dejó el carro abandonado.
Fue ahí donde me percaté de la presencia de un pibe, de unos 12 años que observaba la escena, y lo supe. Este pendejo había sido enviado por su madre para el mismo fin que el mío. No podía dejar que me arrebatara mi presa, yo lo había visto primero. El chico estaba más lejos que yo, pero seguro era más rápido. Lo miré entrecerrando los ojos, me miró, observó el carrito como calculando la distancia, sonrío y empezó a correr.
Yo habia hecho un cálculo mental: el carrito estaba a 5 metros de mí, pero a 8 del pibe. Si yo hacía un metro, él haría dos. Cuando estuviéramos a la misma distancia del objetivo, nos separarían 3 metros uno del otro. Tenía que cambiar la estrategia.
Cuando el pendejo arrancó, en lugar de enfilar hacia el carro fui al encuentro del menor, gritando como un tarado. El pibe, sorprendido por mi actitud, se frenó y quiso esquivarme, yendo a dar contra el costado de un Renault. Aproveché su desconcierto y desequilibrio y, girando, llegué antes a hacerme del botín. Resoplando, antes de volver con Mabel, me di vuelta y saludé con la mano a mi ocasional adversario, quien, en un gesto que lo enalteció, levantó su pulgar derecho, me guiñó un ojo y desapareció en busca de otro medio de transporte.
Cuando llegué a la puerta del super, la Mabel me esperaba con las manos a los costados:
- Tanto tenés que tardar para conseguir un carrito?
No respondí y encaré hacia mi calvario.

Cuando voy a comprar más de cuatro cosas las anoto, porque si no lo hago seguro me olvido algo. La Mabel no. Ella dice que lo tiene todo en la cabeza. Entonces, cuando estamos en las góndolas, va viendo, comparando, eligiendo, mientras yo me quedo papando moscas y dando señales de vida solo cuando me tira una cifra y la tengo que cargar en la calculadora.
Así que ese día no fue diferente, por lo que me dediqué al milenario deporte de observar culos femeninos sin que se percaten de que lo hago. Es todo un arte y casi todos los hombres casados lo practican. Aunque hay infinidad de variantes, mi preferida es: primero detectar a la agraciada físicamente, luego tomo un producto y me pongo a leer sus componentes (hay que tener cuidado de no tomarlo al revés). De esa forma aprecio las curvas generosas impunemente y cuando noto que alguien se puede apiolar, desvío la mirada hacia el producto y alejo las sospechas.
Estaba en eso cuando apareció un femenino (como dicen los canas) con todo en su lugar. Entonces, como se debe obrar en estos casos, busqué con la mirada apoyo logístico, esto es, tres hombres más para proceder a la evaluación correspondiente. Una vez ubicados los miembros del improvisado jurado (los cuales ya habían detectado oportunamente a la elegida), procedimos a la votación calificando de 1 a 5 con nuestros dedos sobre el carrito. Un merecido 4 (promediamos para arriba) obtuvo sin esforzarse demasiado.
La Mabel seguía decidiendo entre dos marcas pedorras de lavandina, por lo que vislumbré la oportunidad para escabullirme y seguir a la concursante en su derrotero. Le dije, sin que se oyera muy bien:
- Mabel, me voy a ver la ldjflhupf...
- ¿Qué cosa? –preguntó saliendo de su concentración.
Pero ya me habia evadido.

El minón se me perdió a los dos minutos entre el gentío, asi que enfilé para la sección de vinos, ya que la ferretería estaba en la otra punta.
Ahí estaban, ordenadas, pulcras, incitadoras. La parte más cuidada del super, la mejor acomodada, un oasis en el desierto de productos mediocres: la bodega.
Ah, que diseño en sus envases y etiquetas. Que de reflejos despedían sus superficies. En ese sector se acallaban las voces de la muchedumbre consumista. Hasta creí oir un trinar de pájaros (resultaron ser unos gorriones que habían hecho nido en lo alto del tinglado). Me dediqué a recorrer las estanterías con la mirada, tomándome mi tiempo, disfrutando las pausas.
Ahí estaban, alineados: un syrah; un torrontés; un chardonnay; una Mabel...
Di un salto hacia atrás de la sorpresa cuando vi a mi mujer apoyada en las estanterías.
- Me imaginé que estabas acá.

- Eh si, miraba unos vinitos.
- Podés venir a ayudarme con las compras? –dijo marcando las palabras.
- ¿Qué? ¿No podés sola con la calculadora? –dije irónicamente.
- ¿De qué te quejas? Solo tenés que mover los deditos. Aparte, ¿para qué venís acá a ver vinos que no vas a comprar?
- Bueno, es como ustedes las minas, que miran zapatos que en la puta vida se van a calzar.
Ahora fue la Mabel la que se sorprendió, abriendo desmesuradamente los ojos y poniéndose una mano en el pecho.
- ¡No podés comparar!
- ¡Qué no! Se pasan mirando zapatos de más de 200 pesos, inalcanzables. Por lo menos el vino es saludable para el corazón –dije, mientras apreciaba la botella de un tres cuartos tinto.
Un par de clientes se había arrimado y contemplaban expectante el duelo.
La Mabel contraatacó:
- ¿Me vas a decir que no es mejor apreciar un Dolce & Gabbana de salón, de cuero, hecho en Italia con tacón forrado?
- ¡Por favor! Nada se le compara a un cabernet sauvignon, bien estructurado y armonioso, joven y equilibrado.
La concurrencia aumentó y ya se oían comentarios al tono:
- ¡Qué vergüenza!
- ¡Los hombres son todos iguales! ¡No entienden nada!
- ¡Qué alguien llame a seguridad!
La Turca no bajó los brazos:
- Ni idea tenés de lo que significa para una mujer una sandalia de piel marrón oscura y negra con hebilla y tacón de goma de 6 cm.
- ¡Jaa! Ustedes no saben intuir, en un simpático merlot, los aromas y matices naturales.
- ¿Cómo podés encontrar placer en algo de tan corta duración?
- ¡El orgasmo también es efímero! -grité acalorado.
- ¡Qué poeta! –exclamó un afrancesado.
- ¡Qué degenerado! – opuso una septuagenaria.
- ¡Llamen a seguridad! -insistió otro.
Aproveché el desconcierto de mi jermu:
- Lo que pasa es que vos tenés una actitud conservadora y yo vivo el día a día. A vos te gusta guardar para tener y yo soy de tener para gastar.
La Mabel revoleó los ojos y, al sentirse acorralada, tomó aire y me discurseó:
- Mirá paspado, no me vengas con frases ni aforismos levantados de internet. Las cosas son claras. Mientras vos te “deleitás” y hacés tiempo mirando un producto que no solo es superfluo sino también que promociona un vicio, yo hago malabares con los magros ingresos que aportás y busco bajos precios para que la economía hogareña sea factible.
Un murmullo de aprobación se levantó del gentío. La Mabel se encrespó como candidato en campaña y me soltó:
- Igual tenés tu elección: o seguís con tu hábito consumista o te dignás a colaborar con mis labores. Nada más.
Y pegando media vuelta, se fue sintiéndose ganadora. Entonces dije lo único que me quedaba en el tintero:
- Tá bien, ya voy... Pero esta botella me la llevo.
Y manoteé al azar un vino de la estantería. Una señora mayor dejó escapar un “borracho”, pero apliqué el viejo recurso del “no escucho, no escucho” y me fui tras la figura de mi mujer.

Después de recorrernos cada rincón del edificio, sacando cuentas y eligiendo precios, llegó el turno de hacer la cola en las cajas. Tras una hora de espera, llegó el ansiado momento de trasponer la frontera hacia “mi” normalidad.
Mientras la Mabel descargaba, me fui del otro lado para empezar a llenar las bolsitas. Y como siempre me pasa, estuve peleando para abrirlas. No sé como hacen algunos para lograrlo con facilidad. Yo me gasto los dedos intentándolo, me los humedezco, trato con la uña, soplo los bordes, y nada. Es algo que está fuera de mi habilidad. En eso estaba, bajo miradas desaprobatorias y risitas al tono, cuando la Mabel me dijo:
- Dejá que yo guardo, vení a pagar, ¿si?
Fui murmurando una gran puteada a la madre del fabricante de las bolsitas y le extendí la tarjeta de crédito a la piba de la caja. Mientras ésta controlaba los datos, me puse a mirar la tira de la cuenta. Grande fue mi sorpresa al ver un importe de $ 50 en medio de la lista:
- Epa, me parece que se te fue el dedito, nena –amonesté a la cajera.
- ¿En qué, señor? –me preguntó displicentemente.
- Acá piba, pusiste no sé que producto a cincuenta mangos.
La chica me arrancó de las manos la tira, mientras los que seguían en la cola comenzaban a exasperarse.
- Está todo bien, señor. Ese importe corresponde a una botella de vino fino.
- ¡¡¡¿¿QUÉ??!!!
Fue tal el estrépito ocasionado que las alarmas de algunos autos comenzaron a sonar en forma enloquecedora.

De puro orgulloso no quise dejar el vino, La Mabel no me iba a ganar esta. Firme el comprobante y me fui con la mejor cara de orto que pude poner, mientras la turra me miraba socarronamente:
- ¿Qué te pasa, trastornada?
- No dije nada –dijo mirando para otro lado.
Mientras cargaba las cosas en la camioneta, se me dio por mirar la botella que había comprado, ya que cuando la tomé de la estantería ni me había fijado cual era.
Al ver mi rostro estupefacto, la Mabel se sorprendió:
- ¿Por qué esa cara, nene? –me interrogó.
Cerré los ojos, suspiré y le contesté:
- Porque acabo de gastar 50 mangos en un moscato. ¡Un moscato! ¡Odio los vinos dulces! ¡Vino de putos! ¡Y la recalcada y etílica con...!
La Mabel ya no pudo contenerse y no paró de reírse hasta muy entrada la noche. De cansancio.
Al otro día siguió con la gastada.
FIN

7 comentarios:

magu dijo...

ADENOZ
Jaja..no hay días de compras tranquilos, no, y menos en los super, yo les huyo, voy lo menos posible.
Estoy fascinada con los dibujos, es para hacer una historieta infantil
pasé a saludarte
che, cambiá la foto, parece un frente amplio más que un perfil (no te enojes, es en chiste)...poné una más sonriente que esa asusta por la cara de malo.
consejo de vieja amiga o consejo viejo de amiga
saludos
magú

magu dijo...

ADENOZ
Feliz Navidad para vos y los tuyos
un abrazo
magú

Not just a moustache dijo...

cuando era (un poco) mas chico y (mucho mas) boludo, pasaba dos, tres y hasta cuatro veces por delante de las promotociones con "degustación" de productos.
ojo! no era ningun bobo. antes de pasar modificaba en algo mi vestimenta (me sacaba/ponia una campera, abrochaba/desabrochaba una camisa que antes estuviera desabrochada/abrochada, ets), para que la promotora no me reconociera.

siempre tuve la impresion de que ellas sabían de mi estafa moral, pero nunca dijeron nada. siempre atendían y servían con la misma amabilidad, e incluso a veces, me guiñaban un ojo

Geraldine, dijo...

al supermercado se va solo....muy bién....yo y el carrito solamente!

Nati Alabel dijo...

jajaj fabuloso, fabuloso...para hacer un cortometraje, sin duda!! es un muy buen guión!

Simone. dijo...

FANTAAAAAAAAAASTICO HAHAHAHA

chicken tips dijo...

joke 555
thank you